Desde que el Rey Felipe tuvo criterio suficiente para entender su destino (como el único español que nació con un firme y único propósito y que él nunca escogió), si algo debió tener en cuenta durante su proceso de formación como Príncipe de Asturias es que por encima de sus deseos y decisiones la corona siempre está primero, y nunca incumplió con este propósito, excepto una sola vez. La razón para ello, la más importante de todas: el haber encontrado en Letizia Ortiz al amor de su vida. El porqué fue la renuencia del Rey Juan Carlos a aceptar su noviazgo y el escenario escogido para torcer el brazo del exmonarca fue ni más ni menos que uno de los más importantes para la institución, el 12 de octubre, Día de la Hispanidad.

El año 2003 se recordará como el año en el que el Rey Felipe decidió de una vez por todas hacerle ver a su padre que esta vez no podía ganarle la pulseada. No permitiría que su historia con la Reina Letizia terminara como sus relaciones anteriores y no encontró mejor forma de demostrarlo que no asistir al desfile de la Fiesta Nacional. El semblante del Emérito durante toda la ceremonia, a pesar de sus esfuerzos por recomponerse, lo decían todo. Zarzuela tuvo por primera vez en décadas una idea mínima de cómo podría verse y sentirse la idea de quedarse sin heredero, al menos por un día, así que el mensaje quedaba bastante claro para todos los elementos en juego, incluido el iracundo exjefe de Estado.

La justificación pública de la ausencia del Príncipe

La justificación de Casa Real aquel día para disculpar la ausencia del Rey Felipe en aquel momento cayó por su propio peso cuando los medios descubrieron pocos días después que su repentino viaje a Nueva York no contemplaba alguna actividad de agenda, y si no había regresado a tiempo para la celebración del Día de la Hispanidad, no había sido por una demora inevitable como planteó el palacio real, sino porque simplemente no tuvo intención alguna de asistir. En su momento los periodistas Pilar Urbano y Jaime Peñafiel alertaron que el motivo sería la pugna interna padre e hijo por el derecho del Rey Felipe a elegir por amor a la mujer que él quería como Reina.

El escándalo trascendió y ni siquiera los sectores más monárquicos y juancarlistas pudieron justificar aquel desplante. Aquella epopeya borbónica de batallas y encontronazos por el amor de una mujer se estaba yendo de las manos, y con un Príncipe decidido a no serlo más, la presión de los medios por saber qué sucedía entre los muros palaciegos y los consejeros de Casa Real haciendo lo propio en aras de garantizar el orden institucional, el Rey Juan Carlos no tuvo más remedio que ceder y aprobar aquel matrimonio.

Al día de hoy, la escena es completamente distinta. El Rey Felipe cumplió su aspiración de tener a su lado a la mujer de sus sueños como si del fin de una historia romántica se tratase y, por supuesto, nunca más volvió a faltar a una celebración del Día de la Hispanidad, que cada año recuerda a muchos cronistas, más allá de la historicidad de la fecha, aquel momento en el que el amor prevaleció.